Carl Jung acuñó el concepto de “arquetipo de la sombra”, junto con otras definiciones que abarcan distintos tipos de arquetipos. Jung divide la psique y su relación con el comportamiento individual en tres conceptos primordiales: el Yo, el cual se identifica con la mente consciente, el inconsciente personal, que incluye todo lo que no se encuentra en la mente consciente pero que no está exento de estarlo y el inconsciente colectivo, nuestra herencia psíquica, el reservorio de nuestra experiencia como especie, un inconsciente objetivo con el cual todos nacemos, en contraposición con el inconsciente personal, que guarda la subjetividad propia de cada individuo.
Los arquetipos conforman el contenido del inconsciente colectivo. En la teoría junguiana el arquetipo de la sombra está conformado por instintos e impulsos que devienen de un instinto animal, pre-cultural, en un tiempo donde no éramos conscientes de nosotros mismos. Este arquetipo usualmente es definido como la parte negativa del “Yo”, su lado oscuro. En el inconsciente personal quedan reprimidos impulsos que, con la valoración que cada uno hace de si mismo, resultan contradictorios. El hombre presenta una imagen ante la sociedad, una imagen que desprecia estos sentimientos enterrados en la profundidad del inconsciente, estos impulsos que no encuadran con la idealización que forjamos de nosotros mismos, con la imagen que hemos creado para utilizar en contacto con la sociedad.
Aquí es donde cobra importancia el concepto de proyección, harto utilizado en psicología y receptado posteriormente por el lenguaje vulgar con su consiguiente pérdida de contenido. Según Jung, cada individuo debe afrontar su lado oscuro, conocer a nivel consciente, salvando la obvia redundancia, lo que está sepultado, merced a que no nos enorgullece, en el inconsciente, para poder llevar adelante el proceso de individuación. En palabras del propio Jung, el principio o proceso de individuación consiste en: “Aquel proceso que engendra un individuo psicológico, es decir, una unidad aparte, indivisible, un Todo. Individuación significa llegar a ser un individuo y, en cuanto por individualidad entendemos nuestra peculiaridad más interna, última e incomparable, llegar a ser uno mismo. Por ello se podría traducir individuación por mismación o autorrealización”
El individuo, mientras no reconoce su lado oscuro, mientras no lleva adelante el proceso de individuación, proyecta en el resto de los componentes de la sociedad el contenido de su arquetipo de la sombra. Según Jung, todo lo que no queremos reconocer en nosotros mismos, es proyectado en los demás, los defectos que no queremos llevar a nuestra esfera consciente, son los que encontramos con facilidad en el resto de los individuos.
Gran parte de los males que sufrimos como sociedad están relacionados directamente, son, por consiguiente, producto, del comportamiento de los argentinos como individuos. Resulta muy difícil de entender, para la gran mayoría de los argentinos, como podemos ser depositarios constantes de gobiernos corruptos e incompetentes, destinados siempre a sufrir por causa de estos mismos gobiernos que, claramente, son votados por la mayoría de nuestros conciudadanos. Ésta evidente contradicción psicológica, es producto de no reconocer en cada uno de nosotros, el arquetipo mencionado anteriormente, y, aquí he de establecer una salvedad, es evidente que el arquetipo de la sombra presenta inconfundibles parámetros cuantitativos dependiendo de la constitución moral de cada individuo. Pero, generalmente, los individuos más “oscuros” al poseer un profuso arquetipo como el señalado, proyectan desmesuradamente su inconsciente reprimido en los demás miembros de la sociedad.
Por consiguiente, el argentino, es el principal causante, la causa origen, de los males que padecemos como sociedad, quién proyecta sus miserias en el resto de la sociedad, sin darse cuenta y sin poder llevar al plano consciente lo subrepticio de su inconsciente. Solo de esta forma podemos explicarnos, por lo menos a modo racional, como todos los gobernantes son fustigados arduamente por la gran mayoría de nuestros conciudadanos, como, si no fuese ésta gran mayoría la que los colocó, mediante el voto, en el lugar donde se encuentran. Pareciera ser un ejercicio perverso, macabro, con ciertos rasgos sicóticos, votar a alguien para inmediatamente después denostarlo y convertirlo en blanco de todos los males de nuestro triste destino. Como si no supiésemos, antes del acto electoral, la historia de cada uno de los postulantes, como si, presos de la ingenuidad y el infantilismo, votáramos a alguien a quien conocemos de sobra merced a su vasta actuación política previa, y de golpe nos encontrásemos defraudados moralmente por las actuaciones posteriores a la asunción del candidato en cuestión. Es lamentable ver como hoy día, por ejemplo, todos se asombran por cómo maneja nuestra presidente las riendas de nuestro infausto país, como si ésta mujer o su marido fuesen nóveles figuras en la escena política y no hubiesen tenido pasado alguno. Éste es un ejemplo más del infantilismo que predomina como rasgo de los argentinos, y sobre todo de la falta de coherencia ética y moral que nos caracteriza.
Cabe aclarar, por si el lector no pudo percibir la ironía, que, más allá de encontrar cierta injerencia de las teorías de Jung en el comportamiento de los argentinos, esto, de ninguna forma mitiga o peor aún, justifica el triste desempeño de los argentinos en cuanto a lo que al plano cívico se refiere. Sería liberador pensar que todos nuestros males son causados por un “defecto” sicológico, provocado por no poder reconocer a nivel consciente lo oscuro de nuestro inconsciente. Pero, lamentablemente, el argentino es un ser inefable, quien actúa teniendo en miras solo su propio beneficio, quien desprecia fervientemente todo lo relacionado con el “bien común” y, lamentablemente, no tiene la capacidad intelectual para darse cuenta de que en definitiva, ese voto interesado que realiza, no va a ser fiel a sus intereses, sino, por el contrario, va a ser el causante de sus futuras penurias.
Quizás sea tiempo de que dejemos de buscar la causa de nuestros males y de nuestro triste destino común, en los gobernantes, depositarios ellos de todos nuestros fracasos, y empecemos, y aquí si podemos retomar la teoría de Jung, a conocernos a nosotros mismos y hacer un verdadero análisis introspectivo, para, de esta forma volver a darle importancia a valores fundamentales para la república, como la ética y la moral. Valores que hoy se encuentran perimidos y tristemente depositados en la sinrazón del olvido.
Diego F. Casasbellas Alconada
Abogado
27667604