jueves, 29 de abril de 2010

Doctrina Peronista

Nuestro país está atravesando una grave situación que es, tanto alarmante como inusitada. La propia definición del segundo adjetivo empleado nos advierte que ésta coyuntura que nos ocupa no tiene ninguna pretensión de originalidad, pese al asombro de ciertos “pensadores” y a la grotesca ingenuidad desplegada por gran parte de los ciudadanos de este país tristemente aletargado.
Parte de la opinión pública y de vastos sectores de la oposición se ocupan denodadamente en comparar y por consiguiente calificar el actuar de este gobierno en particular como fascista, soslayando el hecho fundamental de que la esencia misma, la raíz del partido peronista es autoritaria y despótica.
El gobierno de los Kirchner confunde y tergiversa la idea republicana de gobierno, denuestan profundamente aquel concepto, obsoleto a su entender, de la separación de poderes dentro del estado. La concepción que ellos tienen del poder es profundamente totalitaria, éste se ejerce concentrado y en manos de una misma persona, la concepción republicana del manejo del estado por parte de distintos poderes, estableciendo de esta forma el mecanismo de pesos y contrapesos que mantiene estable y funcionando al sistema democrático, es para ellos una utopía que contradice la raíz autoritaria, inmanente a su esencia dictatorial.
Fue el mismo Perón quien a través de un decreto le dio rango de “Doctrina Nacional” al flamante partido peronista, cambiándole el nombre al original partido laborista, vehículo electoral que utilizó para presentarse a las elecciones presidenciales del 46, secundado en aquella ocasión por el radical Juan Hortensio Quijano.
Esta evidente y grotesca maniobra tendiente a borrar los límites de cada uno de los poderes del estado, demuestra claramente el concepto que Perón tenía sobre el manejo del poder.
La modificación de la figura de desacato a la autoridad, ampliando ostensible y considerablemente las acciones que podían ser susceptibles de considerarse comprendidas dentro de esta figura, convirtió prácticamente a cualquier acto en “desacato a la autoridad” el cual era pasible de ser penado con prisión. Fue el gobierno de Perón quién nutrió profusamente la cárcel de Las Heras y Coronel Díaz, donde Roberto Pettinato ocupaba el cargo de Director de Institutos Penales; de presos políticos, entre los cuales figuraba Balbín quién había cometido el imperdonable crimen de contradecir los postulados peronistas.
La declaración del “Estado de Guerra Interno” donde cualquier ciudadano podía tomar medidas contra quienes consideraba estaban realizando actos contrarios a la doctrina peronista, traía de vuelta, luego de tantos siglos de civilidad, la idea de la justicia personal, ajena a los canales estatales.
El adoctrinamiento se basó en la premisa tristemente recordada, del nacionalsocialismo “amigo-enemigo” esbozada por Carl Schmitt. Los libros escolares enseñaban a los chicos las virtudes del régimen peronista y las cualidades maternales de Evita y, por consiguiente, las paternales de Perón.
Las calles cambiaron de nombre, pudiendo cualquier ciudadano pararse a contemplar la bonanza del país en la esquina porteña de Perón y Perón, donde confluían las calles Juan Domingo Perón con la de Eva Duarte de Perón.
La Provincia de Buenos Aires y la de La Pampa, también cambiaron sus nombres por los del Coronel y su mujer, respectivamente.
En la esfera discursiva, el peronismo usó y abusó de la violencia verbal acicateando a sus adoctrinados, movilizándolos y utilizándolos, fiel al estilo Bonapartista adoptado. Las masas ya no podían ser desdeñadas, debían presentarles a estas la ilusión de que se gobernaba con y para ellas.
En cuanto a la opinión pública, el gobierno de Perón se manejó drásticamente, las publicaciones que no adscribían al régimen eran hostigadas constantemente, llegando, en algunos casos paradigmáticos como con La Vanguardia o La Prensa, a su clausura o apropiación. En este tema en particular, jugó un papel determinante el tristemente célebre Raúl Alejandro Apold, quién aplicaba detallada y concienzudamente la doctrina implementada por Schmitt en relación al “control” de la oposición.
La falta de libertades básicas reinante en esa época fue el común denominador que mantuvo a un país atemorizado, enfrentado, acicateado desde el poder para provocar su división; funcional al gobierno.
La reforma constitucional del 49´, incluyó derechos básicos, denominados de segunda generación, enrolándose así en el llamado constitucionalismo social que países avanzados en ese aspecto habían experimentado treinta años atrás. La reforma que permitió la reelección indefinida, reconoció derechos fundamentales, entre los cuales no se encontraba el derecho a huelga, derecho éste, básico e inherente a la concepción misma de trabajador. Como resultado de esta clara omisión, todos los derechos reconocidos que adquirían de esta forma rango constitucional, perdían operatividad, ya que para su reconocimiento debía llevarse adelante un engorroso y largo proceso judicial, perdiendo, de esta forma, la esencia de la figura de la huelga que es la inmediatez entre el acto considerado lesivo de un derecho reconocido y el remedio jurídico en cuestión para defender el menoscabo sufrido.
Ante esta grosera omisión, todavía en la actualidad se pueden escuchar argumentaciones tan sonsas y pueriles como que el derecho de huelga no se incluyó en la reforma citada por que se considera que es un derecho inherente al hombre el cual no es necesario reconocer. Argumento éste, que contradice no solo la lógica jurídica, sino también la lógica y el razonamiento común. Aquí cabe mencionar a los famosos rompehuelgas de la fundación Eva Perón que se encargaban de “persuadir” a los trabajadores que ejercían esta actividad ilegal y de ponerlos tras las rejas, por violentar al gobierno pero, principalmente, por cometer un delito, ya que dicha forma de manifestación carecía de sustento legal.
No hay gobierno que lleve adelante los postulados peronistas originales con mayor fervor y estrictez que el de los Kirchner. Persecución, confrontación, violencia son rasgos comunes de gobiernos maniqueos que no comprenden que el mundo ya no adscribe a la deletérea lógica del todo o nada, que la realidad es mucho más profunda y compleja de lo que ellos creen. Es en estas personalidades donde se encuentra latente un profundo resentimiento y una honda aversión al sistema democrático y a los postulados republicanos de gobierno.



Diego F. Casasbellas Alconada
Abogado
27.667.604