He
escuchado hasta el hartazgo argumentos en defensa del Kirchnerismo que, en
razón de la voluntad antojadiza de quienes los esgrimen, ocupan el lugar de
privilegio que los transforma en argumentos irrefutables, en contraprestación
con los argumentos que, aunque son esgrimidos también hasta el cansancio por
los miembros del partido oficialista y por todos aquellos que lo defienden,
son, a los ojos de todos los mortales y de ellos mismos, meros argumentos
especulativos y cabalmente falaces. Dentro del grupo de los primeros
argumentos, encontramos el que sostiene que uno de los grandes logros que tuvo
este gobierno es el de dejar al descubierto los poderes ocultos y subrepticios
que hace décadas gobiernan y manejan los destinos de éste país. Aunque esto
pueda tener algo de verdad, no es menos cierto que este gobierno no solo nunca
hizo nada contra esos poderes sino que se sirvió y negoció con ellos, hasta
tanto estos poderes representaron un potencial y claro peligro contra su
estabilidad y sus ambiciones de poder. Por lo tanto, no estamos en presencia de
un gobierno que asumió como prioridad desde el primer día de su mandato el
desbaratar estos poderes sino que por conveniencia decidió, luego de apoyarlos
y de hacer negocios con ellos, desmantelar sus estructuras de poder. Es este
mismo gobierno que destila corrupción por todos sus poros: funcionarios con
exorbitantes patrimonios, imposibles de justificar, -entre los cuales se
encuentra el ejemplo más brutal que es el patrimonio de la presidente de la
Nación-, quien busca poner fin a la corrupción de dichos monopolios. Entonces, ¿por
que debemos creer que personas que no han reparado en vaciar las arcas del
Estado y en acrecentar su poder desmedidamente son las que tratarán de
desmantelar los monopolios que hace años controlan a este país desde las
sombras? ¿Sería lógico pensar que un gobierno que busca denodadamente destruir
al monopolio más poderoso de nuestro país lo haga de la misma forma, esto es,
formando un monopolio estatal? Por otro lado, si llegásemos al punto crucial de
admitir que estamos de acuerdo con el axioma que sentencia que el fin justifica
los medios, -lo cual aclaro no comparto en lo absoluto-, ¿somos conscientes de que
esta batalla furibunda en contra de los monopolios no la está librando Nelson
Mandela, sino un partido profundamente cuestionado y corrupto y que en el medio
de esa batalla se está debilitando profunda e irreparablemente a la República y
al sistema democrático de gobierno?
Creer
que este gobierno realmente esté librando esta batalla para liberarnos de las
ataduras y del yugo de quienes nos gobiernan, desde las sombras, desde hace más
de medio siglo, es tan infantil como creer que Ali Babá esté embarcado en la
titánica empresa de desterrar para siempre el robo, de la faz de esta tierra.
Diego F. Casasbellas Alconada